martes, abril 09, 2013

La testigo


Abrió la puerta. Venía de una noche sin luna, con el frío pellizcando sus piernas. El teléfono sonaba y sonaba pero no lo descolgó. Prefirió quitarse la ropa húmeda, ducharse, entrar en calor, calmarse. Ya más tranquilo se sentó y se sirvió un güisqui. El teléfono volvió a sonar.
-¿Sí?
-Buenas noches –le saludó amablemente una voz femenina-. Pertenezco a la empresa Consulting Live y estamos realizando una encuesta a personas mayores de sesenta años con el fin de evaluar la fuerza de sus recuerdos. ¿Le importaría que le formulase unas preguntas?
Guardó silencio un momento. Cayó en la cuenta, no sin cierta absurda extrañeza, de que ya podía contarse entre el personal de esa edad. Y ¿qué era eso de evaluar la fuerza de los recuerdos?, pensó.
-Serán sólo dos preguntas –añadió su interlocutora.
-Bien, hágalas –respondió-. Pero rápido por favor, tengo cosas que hacer.
-Gracias, será sólo un momento. ¿Tiene usted sesenta o más años?
-Sí.
-¿Se acuerda usted de lo que hizo hace, aproximadamente, dos horas? –le preguntó la voz que al otro lado del teléfono respiraba en un tono pausado y acusador.
Al oírla, en su cabeza se hizo un silencio seco, de condena. Su mano comenzó a temblar. Cerró los ojos. Supo entonces, mientras el vaso de güisqui resbalaba entre sus dedos y caía sobre la limpia alfombra persa, que alguien, aquella tarde, lo había visto.

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