Abrió la puerta. Venía de una
noche sin luna, con el frío pellizcando sus piernas. El teléfono sonaba y
sonaba pero no lo descolgó. Prefirió quitarse la ropa húmeda, ducharse, entrar
en calor, calmarse. Ya más tranquilo se sentó y se sirvió un güisqui. El
teléfono volvió a sonar.
-¿Sí?
-Buenas noches –le saludó
amablemente una voz femenina-. Pertenezco a la empresa Consulting Live y
estamos realizando una encuesta a personas mayores de sesenta años con el fin
de evaluar la fuerza de sus recuerdos. ¿Le importaría que le formulase unas
preguntas?
Guardó silencio un momento. Cayó
en la cuenta, no sin cierta absurda extrañeza, de que ya podía contarse entre
el personal de esa edad. Y ¿qué era eso de evaluar la fuerza de los recuerdos?,
pensó.
-Serán sólo dos preguntas –añadió
su interlocutora.
-Bien, hágalas –respondió-. Pero
rápido por favor, tengo cosas que hacer.
-Gracias, será sólo un momento.
¿Tiene usted sesenta o más años?
-Sí.
-¿Se acuerda usted de lo que hizo
hace, aproximadamente, dos horas? –le preguntó la voz que al otro lado del
teléfono respiraba en un tono pausado y acusador.
Al oírla, en su cabeza se hizo un
silencio seco, de condena. Su mano comenzó a temblar. Cerró los ojos. Supo
entonces, mientras el vaso de güisqui resbalaba entre sus dedos y caía sobre la
limpia alfombra persa, que alguien, aquella tarde, lo había visto.
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