Las
autovías son tan semejantes unas a otras, todo en ellas es tan repetitivo, que
cuando circulas por sus carriles parece que fueses apartado del mundo: no
atraviesas pueblos, que son sólo señales lejanas sin habitantes a los que mirar
y que nos miren; no existen cruces ante los que estar vigilantes; los desvíos,
por más que estén indicados, resultan tan idénticos que tienes la impresión de
que conducen inexorablemente a la misma e impersonal rotonda. Siempre se conduce
por ellas con una postura desganada, como de retén a la espera de que ocurra
algo que nunca ocurre, son aburridas. Por eso, en el último momento, decidí no
tomar la autovía y hacer esta mañana parte del viaje atravesando Tierra de
Campos por pequeñas carreteras comarcales. Siempre he sido un enamorado de
Tierra de Campos, un paisaje que constantemente muestra lo que de grandioso
tiene lo humilde y lo cotidiano. Frente a paisajes, si se me permite decirlo
así, más fáciles de entender, esta tierra tiene cielo, es tierra y cielo a la
vez, y exige a uno saber verse pequeñito. Pero hoy mostraba su cara primaveral,
la que regala con más generosidad y menos requerimientos: las primeras
flores, el verde nacido de las cebadas y
trigos invernales, la fina y húmeda textura de la arcilla en los barbechos, el
inicio del agitado rebrote de las alfalfas, los pueblos a lo lejos coronados
por depósitos de agua o silos -las más de las veces abandonados- que tocan las
nubes, tan altas y tan bajas al mismo tiempo, los olmos desnudos y muertos de
grafiosis en las plazas o a la puerta de las iglesias, los palomares como
signos ortográficos, como referencia de formas y de tiempos, los árboles
aislados, únicos, con su copa desnuda, como de tela de araña, las rapaces que
aguantan suspendidas haciendo pequeños quiebros frente al viento, la línea del horizonte
que nunca es recta ni es principio ni fin de nada en este lugar inmenso.
Y es que hay
días en los que todo es especial, en los que no hace falta que uno se pregunte
hacia dónde debe mirar, en los que, aun a sabiendas de que el barro mancha, no
queremos despojarnos de su tacto. Así es esta tierra, así es también la vida: barro,
una línea confusa en el horizonte.
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