viernes, junio 12, 2009

Tarde de fósiles y nubes

Ayer subí hasta la braña de Lumajo con Pilar, que quería buscar fósiles. Subíamos con la esperanza de encontrar en el monte el fondo del mar. Y no tardamos mucho en toparnos con él. Por más que los geólogos y su tectónica de placas expliquen con juicio científico la aparición de conchas y otros restos marinos en lugares inverosímiles, ese viaje lento de miles de años y kilómetros que llevaron a cabo -quién sabe cuándo- pequeñas caracolas o frágiles esponjas es algo que no dejará de sorprenderme: el mar en una braña perdida, su escritura atemporal, desconocida para mí, sus palabras de nácar impresas sobre pétreos sedimentos. Casi un milagro.
En esa tarde tranquila sólo eché de menos un camino que condujese hacia el cielo. Si lo hubiera habido, no tengo dudas, lo habría tomado. Tuve que conformarme con vigilar las nubes, su pasar premioso, su estar rotundo, como el desesperado centinela que sabe que habrá de ocurrir algo y espera azaroso el momento de intervenir: detener aquel pergamino azul con mayúsculas letras blancas. Pero, ése sí, fue un milagro imposible.









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