viernes, junio 05, 2009

Libro de familia

Los dos hombres se miraron a los ojos. En los de uno había miedo, en los del otro una nerviosa indiferencia. No se conocían. El que huía traía entre las manos la carta de recomendación de un maestro y en el rostro escrita la definición exacta del desasosiego. Al que abrió la puerta, que comunicaba la calleja con el patio, lo miraban desde el umbral de la casa, como posando asustadas para una foto, su mujer y sus dos hijas; aquélla inquieta, éstas curiosas. Era abril, la tarde acababa de convertirse en una noche negra y estrellada. Como ya dije, los dos hombres, el que huía y el que abrió la puerta, se miraron a los ojos. Apenas fueron dos segundos. Equivocados o no decidieron, en tan corto espacio de tiempo, que debían confiar el uno en el otro.
El que huía permaneció oculto en aquella casa algo más de seis meses, tiempo suficiente para ganarse el cariño de la mujer inquieta y la desconfianza del hombre que le había abierto la puerta. Cuando partió, una noche de niebla y sin luna, a lomos de una mula torda, cargado del miedo del que huye y de la tristeza de quien sabe que vivirá por muchos años al amparo del recuerdo de unos pocos días, prometió volver.
Cuarenta años después regresó. Y esta vez le abrió la puerta, la que comunicaba la calleja con el patio, una mujer espigada que tenía aquellos mismos cuarenta años y unos ojos negros que guardaban en su mirada el secreto que habían compuesto un cuerpo inquieto, que ya no estaba, y otro en permanente huida que, ahora, como había prometido, regresaba.

3 comentarios:

Rafa dijo...

¡Grande, José! ¡Muy grande!
Sólo una apreciación (me sale el editor que llevo dentro, no lo puedo remediar): acaso debas pulir la última frase. Romperla en varias, limarla, dejarla en un golpe contundente y certero. Ahora tiene sobre sus hombros nada más y nada menos que seis subordinadas con 'que'. No hay imagen literaria que aguante tanta bufanda encima.
Besos.

J.G.A. dijo...

Siguiendo tu consejo he añadido alguna coma. Muchas gracias.

Emilio Antero dijo...

Tienes, Jose, la alevosa virtud de, cada vez que me mandas algo, sorprenderme sin guardia, y pegarme una puñalada trapera, que me deja el ánimo estragado de admiración. Hoy, con tu “Libro de Familia” —por cierto, ¡enhorabuena!— volvió a ocurrir. Tu narrativa arrasa, con el mismo poderío muscular de tu generosa anatomía. Los plano-contraplanos del primer párrafo merecen una secuencia cinematográfica de corte épico. Pienso un poco en el Eisenstein de Iván el Terrible; un poco no más, y en blanco y negro, por descontado. Ni una palabra, ni un nombre y, con todo, ¡qué elocuente el encuentro!
El final, como los que a mí —redomado amor-adicto— me entusiasman, pese al sabor agridulce del “cornudo esfumado”, cuya torva mirada, desde su incierta ultratumba, no deja de inquietarme. ¿No crees que merece otro relato, con la cámara esta vez situada tras su nuca?
Sigo leyéndote; sigue tú escribiendo.

¿Nos vemos este verano? ¿Vale como cebo una tortilla chiringuitera?

Repito: ENHORABUENA por lo bueno de tu literatura.

Emilio Antero