miércoles, agosto 06, 2008

Javier Ruibal

Hacía calor. En el patio del Palacio de Santa Cruz Javier Ruibal iluminaba con su voz la perfecta geometría de las arcadas del claustro renacentista. Algunas cigüeñas, como queriendo escuchar, iban y venían atravesando los retales de luz crepuscular que la tarde había abandonado a su suerte en ese cielo último. Cuando el día se dio por vencido las letras de las canciones del gaditano llenaron la noche de color y ternura. Necesitaba ese día, más que otros, el abrazo sensible y milagroso de la música. Y sentí sus brazos rodearme con fuerza gracias a canciones como La dama de la isla, La gloria de Manhattan o La flor de Estambul. No fue un Ruibal genial, nunca lo es, fue el Ruibal humano de siempre, el que más me gusta, uno de los grandes junto a Silvio Rodríguez y Lluís Llach.


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