Hace 85 años las señoritas maestras estaban obligadas a rubricar este contrato si querían enseñar en la escuela pública. Más de la mitad de los años transcurridos desde entonces los ha vivido la mujer de este país bajo dictaduras (la de Primo de Rivera y la franquista) preocupadas por la defensa de la moralidad, que no era para ellas otra cosa que la defensa de un rancio y machista catolicismo. El resto de los años, pocos, casi todos en el último período democrático, las mujeres los han sabido aprovechar muy bien, pese al lastre que supone tener detrás una sociedad casi siempre dispuesta a echar el freno a sus justas aspiraciones de igualdad. Leer editoriales como el que El Mundo dedicó al nombramiento de Carme Chacón como Ministra de Defensa o escuchar las palabras dedicadas por J. los Demonios a la nueva Ministra de Igualdad, Bibiana Aído, más allá de provocar asombro y perplejidad -que ambas cosas provocan-, más allá de ser injustas -injustas e insultantes a la vez-, más allá del machismo y la misoginia que en ellas y en los que las pronuncian vive, más allá de todo eso, hacen que uno se avergüence de tener conciudadanos de tal catadura, ellos, los moralistas. Pero no creo que les duela tanto el hecho de que una mujer asuma responsabilidades en otro tiempo reservadas sólo a los hombres (están deseando colocar a Esperanza Aguirre a la cabeza del PP), lo que no pueden soportan es ver como la mujer, entendida ésta como colectivo, va ocupando en la sociedad el papel que en justicia le corresponde, el que le otorga su propia valía y preparación y no el que determinan los valores de la España tradicional que tanto les gusta.
Nota: El contrato lo he hurtado del blog de Fernando Berlín.
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