A M.M.G, T.G.M y B.M.G.
El dolor ha visitado la casa. Ha llamado a la puerta y nos ha encontrado dentro, sorprendidos. Estábamos huidos de sueros y gangrenas y hemos vuelto a lo enfermo para darnos cuenta de que la vida cabe ahora –cupo siempre, seguramente- en el cuenco de una mano. Y su goteo asusta. Asusta sentir su aceite fluir entre los dedos, imparable, lento como todo lo que es trágico.
Su vivir, el amuleto del que no queremos desprendernos: frágil, sin queja, muestra.
Esa ampolla de amor que pudiera calmarle, ésa queremos: la mano sosegada que afeita, la fruta pelada, el pulso que calma, un beso en la frente.
-¿Qué quieres papá?
-Llorar hija, quiero llorar.
El dolor ha visitado la casa. Ha llamado a la puerta y nos ha encontrado dentro, sorprendidos. Estábamos huidos de sueros y gangrenas y hemos vuelto a lo enfermo para darnos cuenta de que la vida cabe ahora –cupo siempre, seguramente- en el cuenco de una mano. Y su goteo asusta. Asusta sentir su aceite fluir entre los dedos, imparable, lento como todo lo que es trágico.
Su vivir, el amuleto del que no queremos desprendernos: frágil, sin queja, muestra.
Esa ampolla de amor que pudiera calmarle, ésa queremos: la mano sosegada que afeita, la fruta pelada, el pulso que calma, un beso en la frente.
-¿Qué quieres papá?
-Llorar hija, quiero llorar.
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