jueves, enero 17, 2008

Leer

Tuve ocasión de ver en León, en septiembre del año pasado, una exposición sobre las Misiones Pedagógicas en la II República. De la muestra, pequeño homenaje a las mujeres y hombres que llevaron a cabo aquella preciosa empresa, se elaboró una especie de catálogo de bolsillo que ayer, por diferentes motivos, volví a releer. En una de sus páginas aparece el siguiente texto:

Son los muchachos, de ordinario, quienes mueven a leer a sus padres y hermanos. Libro que el chico lleva a su casa es leído por el resto de la familia.

PATRONATO DE MISIONES PEDAGÓGICAS.
INFORME DEL SERVICIO DE BIBLIOTECAS, 1934.

Inevitablemente he recordado el lema, dirigido a los padres, que está utilizando en la actualidad el Plan de Fomento de la Lectura para incrementar el número de adictos a los libros: Si tú lees ell@s leen. Aunque lo que se afirma en el informe de 1934 parece apostar por la dirección contraria (leen los hijos-leen los padres) a la del lema actual (leen los padres-leen los hijos) ambas aseveraciones pueden ser ciertas, cada uno en su tiempo, porque ambas comparten un mensaje común: existe el virus de la lectura y se contagia. Si eso es cierto o no nadie lo sabe, pero algo tendrá el agua cuando la bendicen.
La foto: Un niño y una niña leyendo unos libros de la biblioteca de Misiones Pedagógicas, hacia 1932. Residencia de Estudiantes. Madrid.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Los niños son siempre un buen ejemplo hasta que empiezan a imitar a los adultos. En los años treinta, más que leer, me temo que aquellos progenitores acababan inspeccionando el contenido de los libros traidos por sus hijos, no fuera a ser que al final tuvieran que echar al maestro de un guantazo.
El lema actual, aunque bien intencionado, es síntoma del mismo problema: ¿qué tiene la lectura si hay que recomendarla, como el brécol? ¿Por qué cuesta tanto ese contagio?
Conozco personas que se han zambullido en un libro hasta alcanzar el éxtasis, pero han sido incapaces de hacerlo otra vez con la misma fruicción. Y no es comodidad o vagancia (pocas actividades son tan cómodas, acogedoras y sedentarias como la lectura); creo que tiene que ver con el agotador ejercicio de la reflexión, con el vértigo a asomarse a algunas ideas que acaso descoloquen una ideología y una mentalidad ordenadas. Los adultos no leen porque tienen miedo. Y en 1934 puede que lo hicieran, como indica el patronato en su mensaje, por la misma razón.

(Hacía meses que no te hacía una visita. ¡Qué rico todo, como siempre! ¿Y qué limpio!)