jueves, julio 19, 2007

Manuela

Mañuela tiene 87 años. Perdió a su madre cuando tenía 2 años. Su padre, jefe de la oficina de correos de Sahagún, dejó el trabajo para marcharse a Madrid con su hija, para que ésta pudiera estudiar en la universidad. Manuela se matriculó en la Facultad de Filosofía y Letras en el año 1936. Su padre vio su sueño cumplido. Ella, después, trabajó de bibliotecaria toda la vida.
Se acercó y me recitó algunos poemas suyos dedicados a su madre, de quien siempre había querido saber, al perderla tan niña. Apenas hablamos quince minutos: ¡qué mujer tan maravillosa!, ¡cuánta vida respiraba!, ¡quién pudiera llegar a su edad con esas ganas de vivir! Pero al que no me quito de la cabeza es a su padre, seguramente uno de esos seres excepcionales que pasan por la vida sin esperar cosecha alguna, dedicados siempre a sembrar ternura, sea la estación que sea. No podía ser de otra manera un “hombre” que en el año 1936 se quedó viudo, con una hija única, y que en lugar de esperar que aquella niña lo cuidase desde que empezase a ser mujer hasta que muriese, como “sería natural”, dedicó sus esfuerzos a que Manuela tuviera un futuro independiente, libre. Eso es valor y no otras cosas. Hablamos de 1936. ¡Qué ejemplos tan rotundos nos entrega la vida!, ¡cuánta soberbia tenemos aún que enterrar!, ¡cuánto tiempo hemos perdido en este país!, ¡a cuánta gente hemos olvidado!

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