Parece que julio se hubiera vuelto un poco loco y hubiera decidido tirar la casa por la ventana. Desde que empezó el mes todo son buenas noticias para mí y, como si no tuviera bastante, me ha guardado una sorpresa más. La tarde del día 9 he tenido la fortuna de ver un oso pardo en libertad. Caminaba con Jesús, un amigo minero ya jubilado, y estábamos terminando de hacer una ruta, que nos había llevado por los montes de Sosas hasta la braña de San Miguel, cuando nos topamos con el animal en el lugar más inesperado: en plena carretera de subida a la braña, muy cerca de las bocaminas que dan acceso en esta zona a las pocas explotaciones mineras subterráneas que quedan. Todavía me dura la alegría que me produjo verlo. Hay quien me pregunta si no sentí miedo. Todo lo contrario, si tuviera que sumar algún sentimiento al de la alegría ése sería el de la tranquilidad, la serena felicidad que proporciona el estar ante un animal tan bello, único y misterioso. Nunca como esa tarde me había golpeado la naturaleza con su hermosura. Este joven oso de año y medio me hizo sentir como un verdadero animal: un ser libre. No lo olvidaré nunca.
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