jueves, octubre 20, 2005

La cabida

A uno de mis clientes, mientras intento resolver un error en su solicitud de la ayuda “x”, le pregunto:
-¿Y qué superficie aproximada hace su finca?, ¿qué cabida?
-Unos tres cuartales, ¿sabe usted lo que son cuartales? –me responde.
Creo que herido en mi honor de ingeniero, que pensé que no tenía, o, y esto es más probable, llevado por el afán presuntuoso que persigue a los ignorantes, entre los que sin duda me cuento, le espeto:
-¿Y usted una hemina?
-Perdone, pero no lo sé, esa medida por aquí no se utiliza.
-Sólo se usa en Celama.
Y el hombre se calló, miró a su mujer, que le acompañaba y, con cara de “yo lo que quiero es que mañana siga lloviendo”, dijo:
-Bueno, pues usted dirá.
Como si me hubiese enfrentado a un examen inesperado y, pensándome el más listo, lo hubiese suspendido, enrojecí sinceramente avergonzado. ¿Qué pretendía enseñarle yo a un hombre de Hontasul o de Sormigo, a un habitante de la Llanura, sobre su propio territorio? No fui capaz de disculparme. Ni siquiera alcancé a decirle, con todos los respetos, que yo pensaba que aunque la tierra estuviese en el Páramo, si es que a aquello podía llamársele tierra, el Espíritu de aquellos hombres y su historia estaban en este valle, o en cualquier otro que cayera en la línea curva que se puede dibujar desde La Cabrera pizarrosa y pobre a la Babia luminosa de la primavera.

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