Y el azar se le iba enredando,
poderoso, invencible.
De Causas y azares, SILVIO RODRÍGUEZ
Camino del trabajo, con la luz aún intentando hacerse un hueco en las calles, se topó con las cartas de una baraja esparcidas sin orden sobre el asfalto, dibujando un abstracto infortunio que no supo distinguir. Mientras esperaba para poder cruzar, remolinos de viento, que la prisa de esas horas dejó escapar al paso de un coche, barajaron los naipes y los repartieron en una mano azarosa en la que el único jugador parecía ser él. A sus pies, junto al bordillo, descansaban el as de espadas, un caballo de copas, un tres de oros y otra carta que, boca abajo, se negaba a enseñar su valor. Le tentó voltearla pero no lo hizo. No hay mus, pensó, mientras cerraba los ojos y se lanzaba a cruzar la calle, seguro de que aquella mañana podía apostar la vida y no perderla.
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