Cada
vez trago peor. Hay ocasiones en las que me atraganto tomando una pequeña
cantidad de puré. Y las medicinas, a pesar de que me las dan disueltas, unas, y
trituradas, otras -las insolubles-, también me pasan mal. Apenas tengo fuerza
para sorber. Al agua le añaden espesantes y gelatinas de sabores para
facilitarme la ingesta de líquido. Me obligan a beber dos litros de agua cada
día. Es por mi bien, dicen. Algunas tardes, aun a riesgo de que pueda
atragantarme, me dan chocolate a la taza. Saben que me gusta mucho y,
verdaderamente, es para mí el momento más feliz del día, el único instante en
el que el sufrimiento parece en mi cuerpo acobardarse. Hace tiempo que sé que
esta enfermedad es una trampa de arenas movedizas de la que no saldré, me tragará
la tierra, pero es incierto para mí el cómo y el cuándo.
Todo se va complicando.
Ha caído en picado desde que tiene la infección de orina y ya empieza a tragar
mal, como nos había anticipado la doctora R., incluso tenemos problemas para
darle la medicación, y eso a pesar de que se la deshacemos y la mezclamos con
yogures o gelatinas. Nos sirve de consuelo que esta mañana parece tener la tripa
más suave. Al masajeársela se le nota menos hinchada que ayer y no parece que
le duela. Ya veremos cuando caiga la tarde.
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