La Seminci es un festival que se ha ganado a pulso la etiqueta de festival comprometido. Digo esto porque llevo treinta años siguiéndolo, unos años con más intensidad que otros, y creo que el compromiso de la Seminci con filmografías y temáticas novedosas, cuando no difíciles, es parte de su ADN. También porque la Semana Internacional de Cine de Valladolid siempre ha apostado por ser un espacio de libertad; en otro tiempo por ser un espacio de libertad de expresión -cuando ésta estaba coartada o incluso, lisa y llanamente, no existía- y siempre trayendo a las pantallas propuestas estéticas arriesgadas, permeadas en muchas ocasiones de un carácter –no sé si es la palabra correcta- ético. No hace falta remontarnos muchos años atrás para darnos cuenta que la puerta de entrada a nuestro país para cinematografías entonces casi desconocidas como la iraní, o mucho del cine de las escuelas del este, pasaba por la Seminci, sin olvidar a Ingmar Bergman, Ken Loach, Kiarostami y otros a los que el festival introdujo en este país. En mi modesta opinión de aficionado creo que es un festival en el que se ha trabajado bien (ya llega a su 54 edición), con un prestigio grande y un sello que lo identifica claramente: su carácter, repito, “comprometido” en el más amplio sentido de la palabra. Gran parte de ese trabajo bien hecho se realizó bajo la dirección de Fernando Lara que durante 20 años, hasta el 2004, dirigió la Seminci de manera magistral. La inercia del riguroso trabajo de Fernando Lara se hizo notar en los pocos años, entre 2005 y 2007, en los que el desaparecido Juan Carlos Frugone accedió a la dirección del festival, del que ya había sido director adjunto algunos años. 2008 fue un año de transición. El nuevo director, Javier Angulo, asumió la dirección de la Seminci cuando ya estaba muy encaminada la organización de esa edición. Por distintas circunstancias personales no pude seguir el festival de ese año más que por la prensa, pero creo, por lo leído y por lo que a uno le han contado, que todo el público, la ciudad, los organismos colaboradores, los patrocinadores, entendieron que se trataba de un año para no hacer juicios sino de un año de rodaje para el nuevo equipo de dirección. Y tras esta tregua llega 2009, el primer año que el festival está en manos de Javier Angulo. Hoy, martes, cuando apenas han transcurrido cuatro jornadas del festival, es demasiado pronto para hacer un juicio del mismo, pero me apetece preguntarme si Javier Angulo seguirá por ese camino de compromiso del que hablé antes o escogerá otro (no digo ni peor ni mejor, sino otro). Yo soy de los que cree que debería preservarse la esencia de lo que ha sido el festival y creo que el público de Valladolid también espera eso, porque el espectador de la Seminci está educado en propuestas de riesgo y asume ese riesgo cuando entra a la sala, el que conlleva saber que se entra allí para vivir con la película, no sólo para verla. Con todo, también entiendo que las cosas cambian, que la máxima de renovarse o morir se cumple muchas veces, que el festival, por tanto, ahora en otras manos, debe cambiar. Pero no creo que el cambio deba transitar por el camino de traer más películas españolas por el mero hecho de serlo (creo, si no me equivoco, que son cuatro las películas de producción nacional que aparecen en esta edición en la Sección Oficial y, al menos a mí, se me antoja que son demasiadas para este festival por todo lo que ya he expuesto antes(1)). Ni creo que sea necesario llenar de glamour el festival, porque este festival necesita de eso lo justo, lo que tenía. Ni creo que de los ciclos propuestos en esta edición, con ser interesantes, pueda decirse que resulten novedosos, arriesgados (Saura integral –para mi gusto el más interesante-, Nouvelle Vague o Ettore Scola). Pero no soy tan negativo como pueda parecer, algunas pistas, algunas sensaciones que he tenido en este arranque de la Seminci, algunas de las películas que he visto (en definitiva lo más importante) me han dado a entender que quizá el ofrecimiento que nos hacen los nuevos rectores del festival sea el de transitar por un camino intermedio, un cambio razonable en el que pese de forma importante la larga historia que tiene tras de sí, más de 50 ediciones, que se dice rápido, esta Semana Internacional de Cine. Acaso ése sea el camino correcto, pero ¿quién lo sabe?.
(1) He visto dos de las películas españolas a concurso en la Sección Oficial. Petit Indi, de Marc Recha, un film con méritos sobrados para estar en este festival, y Castillos de Cartón, de Salvador García Ruiz, una película sin el más mínimo interés, para olvidar cuanto antes.
1 comentario:
Vale, acepto todo tu comentario,es más lo puedo calificar de muy bueno ..pero en lo que no estoy nada d acuerdo es en calificar a Petit Indi de meritoria para estar en la seminci.Es un peli plana,previsible y super-lenta...pero claro teniendo en cuenta el cine español...
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