sábado, marzo 07, 2009

En Pamplona

El sábado día 21 de febrero nos acercamos a Pamplona a ver a unos queridísimos amigos, Pilar y Pedro. Comimos juntos, en casa de los padres de él, y después nos dimos un paseo por el centro de Pamplona, ciudad que, aunque había pisado antes en un par de ocasiones, me era totalmente desconocida. El paseo transcurrió por la parte antigua: Plaza del Castillo y las estrechas callejuelas de los alrededores que, llenas de garitos, comercios y paisanos disfrazados –era carnaval-, empezaban a despertarse a esa hora, las seis de la tarde, poco más o menos. A petición de un servidor paseamos también por las calles por las que se corren los encierros de San Fermín: Cuesta de Santo Domingo, Plaza del Ayuntamiento, Mercaderes y su curva, Estafeta, Telefónica y la entrada a la plaza de toros. Me llamó la atención que gran parte del recorrido “pica hacia arriba” cuando lo imaginaba, salvo la cuesta de salida, prácticamente llano. Pedro, que aunque es navarro de Burlada nunca ha corrido los Sanfermines, nos explicó todos los pormenores del encierro más conocido del mundo. Ahora, por circunstancias de la vida, le toca correr a él delante de un toro llamado tumor. Ese animal le rozó con sus cuernos hace unos días pero Pedro se quitó al morlaco de encima con un quiebro y una arrancada magistral. Digamos que ha subido ya la cuesta de Santo Domingo y ha comenzado a cruzar la Plaza del Ayuntamiento para encarar Mercaderes. Tendrá cuidado en la curva para no resbalar, la conoce muy bien, y después, dentro de diez o quince días, atacará la calle Estafeta. Él sabe que “pica hacia arriba” y es un poco larga, pero también sabe que está muy preparado para correrla (yo lo he visto en sus ojos), sabe también que todos pronostican que el viento sopla a su favor, que tiene un gran equipo a su lado, que Pilar correrá con él, que su familia le estará empujando, que sus amigos le haremos los quites que podamos. Después Telefónica y a entrar en la plaza, evitando, eso sí, la montonera. Y al final de la carrera nos volveremos a abrazar, como esa tarde tan especial de febrero, para irnos luego a cenar donde vosotros elijáis; nosotros pagaremos esa cena –queda comprometido- pero tendremos también la mejor de las contraprestaciones: disfrutar una vez más de vuestra amistad y compañía.

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