jueves, junio 05, 2008

Mondoñedo

I
Decidió huir a Galicia, a la Galicia a la que huyen, siempre en autobús de línea, algunos personajes de los cuentos de Antonio Pereira, esa Galicia fronteriza y familiar para él, cuya vida transcurría en el noroeste entre pueblos de carbón, pizarra y nieve. Llovía en Piedrafita do Cebreiro y también en Lugo. En Mondoñedo hizo un descanso. No llovía.

II
En Mondoñedo era sábado por la mañana y era la hora ésa que dedican las mujeres al acopio de alimentos en las tiendas, la que consagran los niños a jugar en la calle, la del ruido que invita a entrar en las tabernas. A esa hora debía haber paisanos mercando herramientas y repuestos, turistas camino de la catedral o del barrio dos Muiños. Tiempo de ajetreo. Pero no debía ser ésa la hora. En Mondoñedo era sábado por la mañana pero no lo parecía.

III
Se dio cuenta de que pisaba un tiempo con un compás distinto. Había pistas: la tristeza de las piedras -muertas entre cuarzos y feldespatos, vivas en sus líquenes-; el silencio con fondo rumoroso de eucaliptos, blasones y mugidos; la humedad que todo lo permea y confunde. ¿Qué será de este lugar un día de niebla? ¿Existirá entonces?

IV
La voz de la vida la puso Edelmiro Expósito García, molinero, 74 años. Edelmiro le explicó cómo aliviaba las piedras del molino para evitar que en su roce se calentasen demasiado y quemasen la harina, le dejó ver, levantando una pequeña trampilla del suelo, cómo el agua golpeaba las palas y movía el eje que movía las piedras que molían el trigo, le contó, mientras el agua empujaba y la piedra giraba y el suelo de madera temblaba y la harina se cernía y caía separada en primera, segunda y tercerilla y el salvado hacía montoncillo marcando el fin de la molienda, que supo lo que era la sed en Sidi-Ifni –peor que el hambre, le dijo-, que había estado en Barcelona, que en Palencia y Valladolid era donde mejor se hablaba el castellano, que él tuvo vacas y bebía su leche y tuvo que venderlas por eso de las cuotas y porque ya no quería saber de tanto papeleo, que lloró el primer día que volvió del molino y vio la cuadra vacía, que su mujer y él seguían cociendo el pan en el horno de piedra de la casa, que llevaba moliendo en aquel lugar y de aquella manera casi cincuenta años, que sigue queriendo a su mujer como el primer día. Y debió venirle a la cabeza que ella estaría esperándole con la mesa puesta porque miró su reloj y se quitó la bata blanca de harina y le dio dos besos y un apretón de manos como despedida. Manchado de blanco volvió el visitante a la calle: tristeza, silencio, humedad. La voz de la vida se fue alejando arroyo arriba.

V
Al lado de Fonte Vella la casa en la que nació Álvaro Cunqueiro. En la planta baja restos de estanterías de lo que debió ser un comercio de calzados o quizá una droguería habitaban vacías las paredes. Negocios de la Calle Feria. Otro tiempo.

VI
Ahora llovía finamente, sin testigos. Alma y campo mojados. Camino de Ribadeo, la mañana se confundía con un sueño triste, silencioso, húmedo.

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