lunes, noviembre 19, 2007

Otra vez el otoño

Ha sido un otoño benigno, si por benigno se entiende soleado, casi caluroso. El frío ha tardado en llegar. Ha habido días en octubre y en noviembre que bien podrían nombrarse como primaverales. Pero no ha sido un otoño de ésos que vienen por su sitio. No ha llovido apenas y las laderas, los pastos altos y las praderas del valle, llegado el 15 de noviembre, aún seguían secos, sin otoñada que hubiera salido a su conquista. Pero si algo me ha llamado la atención ha sido la tardía caída de las hojas de los árboles. Éstos han resistido frondosos, sin cambiar sus verdes, hasta un tiempo que no les pertenecía: han llegado tupidos hasta los días de las tardes más cortas. Pero era ya tan imposible su existencia con esa vestimenta, casi obscena para la época, que con los primeros fríos –nos llevan manoseando no más de ocho días-, todas las hojas han decidido desplomarse casi a la vez sobre el suelo del bosque y sobre los caminos y carreteras que lo atraviesan. Así, el viernes pasado, mientras subía por el valle de Salientes para acercarme a Matalavilla y Valseco, por una carretera apenas transitada, que serpentea entre castaños, robles y abedules, pude observar cómo las hojas secas habían tapizado el asfalto hasta ocultar se negrura, pude sentir cómo crepitaba el otoño bajo mis botas, cómo se dolía de un parto tan tardío. El sol lucía intenso, pero sin fuerza para vencer los cuatro grados bajo cero que aún castigaban el aire a las 12 del mediodía, y llovía, llovían hojas secas sin parar, hojas que acariciaban y transformaban y creaban, todo a la vez, aquella atmósfera, puedo jurar, mágica. Muy de vez en cuando, algún vehículo, al pasar, violentaba a las ya caídas, que volvían a volar, y por un momento arreciaba una tormenta de hojas que formaban pequeños y temblorosos remolinos hasta que decidían ser otra vez gotas y lloverse de nuevo. Al salir del bosque y entrar en los dominios de las escobas y los piornos no dejaba de mirar hacia atrás intentado saber cuánto de certeza había en lo vivido, que es lo mismo que ahora me pregunto, porque de ese día no tengo ni una socorrida foto que certifique parte de lo visto, sólo el recuerdo de andar entre las hojas sin dejar huella. Pero para algo está la memoria: la huella, el ruido, el frío, los vivos ocres de aquel paso. No quisiera olvidar nada, y sé que todo es ya diferente en mis palabras.

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