A Isabel Coixet
La mañana despunta y comienza a desaparecer la noche, pero no la tristeza
de la noche. He
dormido mal. Ya son dos días seguidos, cosa rara en mí. Desayuno desganado y me
asomo a la ventana con la taza de café en la mano. Una mujer pasea a su
perro. Como si intuyera que alguien la está mirando, vuelve su cabeza, quiero imaginar
que buscando unos ojos, quizá buscándome, aunque es difícil que me vea,
parapetado como estoy en el interior de mi casa. Lleva unas gafas grandes, de
color morado. Podría ser Isabel Coixet, pienso: su perro tirando de ella, su
bolsa llena de plásticos, sus gafas particulares. Pero esto no es Barcelona y
ella, claro, no es Isabel Coixet, es fácil caer en esa cuenta. Aún así, qué
importa, me digo, ¿no dice un verso de Álvaro Valverde que “Una ciudad es todas las
ciudades”? Voy a creerlo. Voy a pensar que mi pequeña ciudad es Barcelona y que
la mujer, a la que su perro arrastra, es Isabel Coixet, y la voy a invitar a
casa, que suba, que hay café caliente. Pero, ¿qué decirle?, yo, que soy tan
tímido, a ella, tan dicharachera. Quizá podría arrancar así: Pasa, Isabel,
¿café?, y algún bla, bla, bla, antes de ir al grano. Isabel, voy a decirte Cosas que nunca te dije. No vamos a
hablar de tus películas, no, en ellas hay muchas cosas que me interesan, pero
hoy, si me permites, quisiera hacer uso de los títulos de tus películas para hablar
de este desgarro que estamos viviendo. Por cierto, ¿se pueden elegir mejores
títulos? No, rotundamente, no. Es evidente que conoces La vida secreta de las palabras, y eso se nota. Sabes que las
palabras pueden llevar una vida, o dos o tres o cuatro o más, pueden ser como
un Mapa de los sonidos de Tokio,
parecer una cosa de día y ser otra de noche. Las palabras, tú lo sabes,
permiten juegos hermosos o pueden servir, entre otras cosas, para el insulto y la mentira. Insultos
como los que tú, lamentablemente, has sufrido, sonidos de odio que llegan a esa
silenciosa “Tierra de nadie” desde donde, en tus propias palabras, “el aire
solo mueve banderas blancas que susurran al viento "socorro" con la
vana esperanza de que alguien, en algún lugar, alguna vez, antes de que sea
demasiado tarde, las escuche”. Pero no sé si alguien las escuchará, me gustaría
decirte que sí pero no lo sé, porque, ante tanta desesperanza, ¿qué importa que
yo, o alguien como yo, las escuche? Dicen que Nadie quiere la noche que se nos viene encima pero yo veo que Ayer no termina nunca, que hay mucha
gente apostando porque no termine nunca. Mira
y verás, me digo, y veo tristeza, miedo, el precipicio. ¿Por qué será tan quebradiza nuestra
memoria?, los desastres del siglo XX a la vuelta de la esquina y ya los hemos
olvidado. Por eso necesitamos más gente como tú, digna, honesta, que ponga un
buen título a nuestras vidas para que tengamos presente que cualquiera es Demasiado viejo para morir joven. Después
vendrán los lamentos. Anda, venga, apura el café y acompáñame al trabajo, que
qué sería de Mi vida sin ti (mí) en
esta “Tierra de nadie”.
José García Alonso, Ponferrada, 4 de octubre de 2017.
1 comentario:
Respuesta cabal y hermosa. Y necesaria para seguir pasando el tiempo sumidos en la perplejida que provocan los excesos y las indiferencias. Todos los excesos, todas las indiferencias. Gracias por un texto así, que complementa al de Isabel.
Tomás
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