viernes, noviembre 23, 2012

Homenaje a Eugenio García Madera (Geni)


Ayer se celebró en la Casa de la Cultura de Villablino un homenaje a Eugenio García Madera (Geni). Geni tiene hoy 83 años y una vida entera moldeada por su pasión por la música, una vida llena de los sonidos de su inseparable acordeón. La enfermedad de sus ojos no debió ser obstáculo para que, en esa tarde fría, viera con total claridad el cariño que le dispensaron sus vecinos del Valle de Laciana. Un salón de actos repleto, con los pasillos llenos de gente, se citó con él. Y todos allí se citaron con sus recuerdos: con los bailes de los años cincuenta y los sesenta y los setenta, con la mina y los duros trabajos de esos años, con su infancia y la de sus hijos, con los inviernos helados de plomo y con los inviernos cargados de ternura.
El homenaje comenzó con una proyección de fotografías en las que Geni, los grupos de los que formó parte, las fiestas en las que tocaba, fueron los protagonistas. Viéndolas, recordaba yo que en mi casa, en una cajita de puros, se guardaban fotos como ésas que llenaban la pantalla; las personas eran distintas, los tamborileiros otros, procesionaban otros santos, y sin embargo las fotos eran las mismas, guardaban la misma emoción, los mismos blancos, los mismos negros, el mismo gris.
Después llegó la música. El piano en manos de María del Mar -una de sus hijas-, las guitarras, las flautas traveseras y, cómo no, los acordeones, que no sólo sonaron especialmente bien esa tarde, mientras sus fuelles empujaban lentamente como no queriendo que el hechizo de la tarde terminara, sino que también brillaron con más nostalgia de la acostumbrada. La coral Santa Bárbara, el coro La Ceranda, un monólogo en patxuezo -el habla de esta tierra- y sus hijas, todas ellas con el temblor de la música y la emoción en la piel, interpretaron piezas en honor de Geni.
Casi al final, unas emotivas palabras leídas por otra de sus hijas volvieron a llenarme los ojos de recuerdos: las castañas que mi padre asaba con el fuego gastado de la añoranza, las largas tardes de los domingos de invierno, los cristales empañados en la cocina, el chocolate caliente, su señal de humo de paz a la mesa de los humildes, y aquellas rebanadas de pan manchadas de aceite y caricias. Aún hoy, un día después, no sé como pudo llegar a leer toda la ternura que evocó sin entrecortarse, yo, desde luego, no hubiera sido capaz.
Y tras los regalos que se le hicieron, Geni sólo dijo una palabra: Gracias. Después, a dúo con María del Mar, habló para todos con su acordeón, como lo ha hecho desde hace tantos y tantos años. Un homenaje sencillo y lleno de agradecimiento por parte de todos sus vecinos y amigos. El homenaje era para Geni, pero los homenajeados, sentí yo, que eran todos los que vivieron la alegría y la tristeza de ser jóvenes en la crudeza de aquellos años en los que los sonidos de un acordeón convocaban como ninguno a la esperanza, al júbilo, a la fiesta, a la celebración y también, cómo no, a la melancolía. Gracias Geni.

*El original de la fotografía que aparece ha sido cedido por Cristina Astiárraga Torío, después la imagen ha sido tratada con Instagram. 

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